domingo, 18 de noviembre de 2007

CUANDO EL JAZZ ES UN POEMA VISUAL


Tan lejos de la estética rígida de la música clásica como del eléctrico y luminoso colorido del rock, el jazz viene acompañado de un imaginario visual propio y particular, representado tanto por elementos obvios y reconocibles -como los ámbitos difuminados y llenos de humo, el brillo apagado y sepia de los bronces y las indiscretas gotas de sudor en las pieles negras- como por una suerte de atmósfera más o menos urbana, una sensualidad (sutil o manifiesta) y la compleja textura de sombras y luces que siempre sugiere el jazz.

Inmensa edición. Desde las insinuantes poses cool de algunas famosas cubiertas, que parecen colocar al intérprete en un lugar de sabiduría difícil que él está dispuesto a transmitir, hasta el ardor concentrado de una banda en plena actuación, las imágenes del jazz siempre dicen más de lo que muestran, remitiendo a un sonido quizás no inmediatamente identificable pero que se deja ubicar con facilidad en un género, en un mundo o en una cultura.En la inmensa (en todos los sentidos del término) edición de Jazz Life que Taschen acaba de distribuir en España, el fotógrafo William Claxton, responsable de muchas de esas prototípicas cubiertas, retrata el jazz, con sus fotografías y con el ingenuo e ingenioso texto (por desgracia no traducido al castellano) del musicólogo alemán Joachim Berendt, como un viaje, tanto literal como metafórico. En 1959 y 1960, Claxton y Berendt emprendieron un recorrido fotográfico e histórico por la ruta del jazz en los Estados Unidos. Eran años fundamentales, con Kind of Blue de Miles Davis sonando en el aire, con John Coltrane, Stan Getz y Bill Evans como las estrellas habituales del firmamento musical. Pero el viaje que aparece retratado en este magnífico, indispensable libro, empieza casi humildemente, en Nueva Orleans, en el jazz que se respira en las calles, en las iglesias, con músicos anónimos, instrumentos baratos, ropas andrajosas, con aquellas proverbiales bandas fúnebres que tocaban adustas marchas en el camino de ida al cementerio y jazz en el camino de vuelta. Si cada foto de este libro es un momento, anclado en las palabras explicativas de Berendt, es también un momento cargado de tiempo, de décadas de historia y de futuros posibles o adivinados. Desde los spirituals al free y la vanguardia, desde Nueva Orleans hasta Memphis, St. Louis, Chicago y Nueva York, pasando por el desgarrador testimonio recogido en la penitenciaría de Angola, Louisiana, fábrica de penas y de blues, estas figuras recorren también el lado duro del jazz, el de los orígenes, las postergaciones. El glamour de un Stan Getz en la puerta de un club, la maravillosa imagen de Bill Evans prácticamente absorbido por su piano, conviven con la lucha cuesta arriba de Art Pepper contra las drogas, con la cara desalentadora de un Chet Baker sin dientes, o, en una imagen extrañamente melancólica, con la silueta anónima de un marinero saxofonista en la puerta del Village Vanguard neoyorquino.

Una mirada dedicada. Con sus casi setecientas páginas, su CD con música compilada en el mismo recorrido que hicieron los autores, sus muchos kilos de peso (el libro viene con una práctica carpeta de cartón para su transporte), Jazz Life no es un libro de fácil manejo, lo que tal vez, en el fondo, sea parte de su atractivo. Sus páginas no pueden abrirse de manera casual ni hojearse rápidamente, como al pasar. Este libro-objeto perfecto -del que también hay una especialísima edición limitada de lujo para coleccionistas, con cubierta de tela y fotos autografiadas- exige de su lector una mirada y una lectura dedicada, un momento de concentración casi absoluta que permita sumergirse en algunos de sus secretos.

1 comentario:

Félix Amador dijo...

La fotografía de William Claxton no es un poema visual. Es el Cantar de los Cantares, la Biblia de la fotografía de jazz, es la Fotografía, con mayúsculas.

Muy acertado tu artículo, y muy bien elegida la foto del post.

Saludos.