domingo, 11 de julio de 2010

JAZZALDÍA 2010

Heineken Jazzaldia / Donostia-San Sebastián 2010

Algunos conciertos recomendados

Escenario Verde (Jazz Band Ball)
21 de julio
Patti Smith and Her Band
El punk, esa explosión de ira visceral y descarnada de finales de la década de 1970, tuvo en Patti Smith a su principal poetisa, su voz más intelectual y consciente. En 1975, su debut Horses no solo marcó el nacimiento del art punk, con sus guitarras desaforadas y sus recitaciones poéticas que iban del grito más salvaje a una especie de mantra desaforado, sino que fue el primer registro del grupo de artistas que habían convertido el mítico local CBGB en la sala de partos del punk neoyorquino. En los treinta y cinco años que pasaron desde entonces, Smith se ha convertido en un referente de la música más revolucionaria a este lado del rock. En el festival la veremos con su clásica formación de tres guitarras (ella misma, su sempiterno compañero de viaje Lenny Kaye, y Jack Petruzzelli), más bajo, teclados y batería.

Carpa Heineken (Jazz Band Ball)
21 de julio
Terje Rypdal / Miroslav Vitous / Gerald Cleaver
Hace treinta años, el guitarrista noruego Terje Rypdal se convirtió en uno de los principales exponentes de la fusión jazzística prohijada por el sello ECM, ofreciendo evocadores paisajes nórdicos a través de las texturas de la guitarra eléctrica. Ahora, después de ofrecer su interesante visión del cine negro norteamericano en el flamante Crime Scene, Rypdal se presenta en la carpa Heineken junto a su frecuente compañero, el checo Miroslav Vitous, miembro fundador de Weather Report y, por lo tanto, héroe olvidado del bajo de la fusión jazz rock, con quien ya había grabado dos discos en trío junto al legendario baterista Jack DeJohnette. En esta ocasión las baquetas estarán a cargo de Gerald Clever, cuya dilatada trayectoria lo encuentran a gusto tanto en el free jazz como en los contundentes ritmos de la fusión.

Plaza de la Trinidad
22 de julio
Cristian Scott
Ron Carter Golden Striker Trio
Cuenta la leyenda que Christian Scott quería ser saxofonista, pero cuando se dio cuenta de que en la banda de su tío, Donald Harrison, nadie tocaba la trompeta, se decidió por ese instrumento. Desde entonces hasta ahora, y con apenas 27 años, de Scott sólo se habla con admiración y asombro. Con su fusión de los sonidos más tradicionales del jazz y la música urbana que le tocó vivir, con elementos de rock, hip-hop y música electrónica, este impecable trompetista ya ha editado cuatro discos de estudio y uno en directo, entre ellos Rewind That, de 2006, nominado al Grammy. Con su juventud y su extraordinaria técnica, Scott es quizá el mejor representante de un jazz abierto al futuro. Por eso tiene sentido que comparta noche, cartel y el mágico escenario de la Plaza de la Trinidad con el legendario contrabajista Ron Carter, dueño quizás del sonido más elegante en su instrumento de todo el jazz. Con sus 73 años, Carter ha tocado en más de 2500 grabaciones, aunque dio el gran salto a la fama con su participación en el segundo gran quinteto de Miles Davis. Acompañado por el guitarrista Russell Malone y el pianista Mulgrew Miller, Carter promete dar un cierre especialísimo a la que tal vez sea la noche más interesante del festival.


Teatro Victoria Eugenia (Espacio Skoda)
22 de julio
Arturo Sandoval Quintet
Quizás el máximo representante en activo del latin jazz tal cual se lo conocía en la época de Dizzy Gillespie, en que los ardientes ritmos afrocubanos proporcionaban una plataforma de lanzamiento para los furibundos solos del bebop, el trompetista cubano Arturo Sandoval es, también, uno de los fundadores de Irakere, el conjunto de jazz más importante de su país. Sandoval tuvo la oportunidad de conocer a su ídolo, el mismo Dizzy, de tocar con él y de entablar una profunda amistad que duró hasta la muerte del genial trompetista del bebop. Conocido también como educador musical, como compositor de bandas sonoras cinematográficas y como acompañante de diversos artistas, Sandoval se presenta en San Sebastián al frente de un quinteto que promete una noche pletórica en percusiones latinas y altos vuelos trompetísticos.

Plaza de la Trinidad
23 de julio
Dave Holland & Pepe Habichuela
Stanley Clarke Band feat. Hiromi
Evidentemente la 45ª edición del festival de San Sebastián toma la forma, consciente o inconsciente, de un homenaje al bajo, esa casi indispensable ancla armónica del jazz. Sólo eso explica la presencia de una concentración tan grande de excelentes bajistas por metro cuadrado. Después de Vitous y Carter le llega el turno a Dave Holland, cuya impresionante labor al frente de su big band y su quinteto ya han dejado atrás su participación en el período eléctrico de Miles Davis. Hombre inquieto, para quien la música no tiene fronteras, Holland presentará en San Sebastián los frutos de su colaboración, iniciada hace tres años, con el guitarrista flamenco Pepe Habichuela.
Stanley Clarke se consagró como una de las estrellas del bajo eléctrico con su participación en el supergrupo de jazz rock Return to Forever, dueño de un sonido potente y preciso que atrajo muchos oídos sintonizados con el rock progresivo, convirtiéndose en el primer icono del bajo eléctrico en el jazz y que, en cierta manera, hizo que pasara inadvertida su talento con el contrabajo acústico. En San Sebastián Clarke se presenta al frente de cuarteto en el que destaca la notable pianista japonesa Hiromi, una de cuyas influencias fue, precisamente, Chick Corea.

Teatro Victoria Eugenia (Espacio Skoda)
23 de julio
Concierto 20 aniversario Cuadernos de Jazz
Wadada Leo Smith’s Golden Quartet

Pocos trompetistas tienen una trayectoria tan dilatada y aventurera, así como tan centrada en la vanguardia y la improvisación libre, como la de Ishmael Wadada Leo Smith, para quien seguramente el jazz no es un sistema cerrado perteneciente a una cultura determinada sino el punto de partida para una exploración universal de la música de los pueblos. Estudiante de etnomusicología, docente, intérprete no sólo de trompeta sino de de batería, koto, kalimba y otros instrumentos, en sus cuarenta años en activo Wadada Smith ha explorado músicas de todos los continentes. Su actividad en la vanguardia jazzística estuvo marcada por su incorporación, en 1967, al legendario colectivo de Chicago AACM (Asociación para el Desarrollo de la Música Creativa), por haber cofundado el innovador trío Creative Construction Company con Leroy Jenkins y Anthony Braxton. Después de la estela de asombro que dejara en Madrid en 2009, Wadada Leo Smith será el encargado de protagonizar el concierto del vigésimo aniversario de Cuadernos de Jazz, al frente de su Golden Quartet, prometiendo placeres de texturas insospechadas.

Auditorio del Kursaal
24 de julio
George Benson
Toquinho
George Benson podría haber sido un guitarrista hard bop, y en su música aún pueden percibirse las influencias de grandes de su instrumento como Wes Montgomery o Charlie Christian. Después de sus comienzos en el soul jazz de Brother Jack McDuff y John Hammond (además de su participación en Miles in the Sky, de Miles Davis), la consagración definitiva tuvo lugar en 1976 con el disco Breezin’, un proyecto en el que Benson revelaba todo su talento como vocalista. Convertido en una suerte de estrella del “pop para adultos”, el guitarrista siguió cosechando éxitos en las listas de discos más vendidos, terminó de consagrarse con la canción “On Broadway” gracias a su aparición en la banda sonora de All that jazz, y se convirtió en uno de los pioneros del smooth jazz. Benson comparte noche y escenario con Toquinho, el elegante guitarrista y vocalista brasileño, cuya etapa más conocida es la de su prolongada colaboración con el poeta Vinicius de Moraes, entre cuyos frutos destaca el inolvidable Vinicius + Bethania + Toquinho en La Fusa. Sus discos en solitario también cosecharon éxitos, como Aquarela, de 1983, una melodía inmediatamente pegadiza que terminó siendo una de las bandas sonoras más agradables de la época.

Plaza de la Trinidad
24 de julio
The Claudia Quintet
Archie Shepp Quartet + Mina Agosti
Formado hace ocho años, The Claudia Quintet ha sido definido como una agrupación “de post jazz ecléctico”. Entre sus integrantes destaca el clarinetista y saxofonista Chris Speed, otro nombre insoslayable de la escena jazzística neoyorquina del momento. The Claudia Quintet bien puede ser uno de las principales revelaciones de este festival. Su líder y fundador, el baterista John Hollenbeck, se ha forjado una interesante reputación de músico todoterreno como acompañante, especialmente versado en la música world y en las vertientes más vanguardistas del jazz, y es famoso en especial por sus colaboraciones con Bob Brookmeyer.
Si bien fuera de su país el saxofonista Archie Shepp, debe su fama a su provocativa e intensa versión del free jazz, y a sus colaboraciones con Cecil Taylor o John Coltrane, en Estados Unidos es también conocido como un ferviente revolucionario que se expresa con vehemencia y sin tapujos contra la injusticia social y la segregación racial, en sus roles de actor, dramaturgo, poeta y orador. Shepp se presentará en el escenario la plaza de la Trinidad al frente de una banda en la que destaca la cantante mitad beninesa mitad francesa Mina Agossi, con quien ya ha colaborado en ocasiones anteriores.

Auditorio del Kursaal
25 de julio
Jessye Norman. Roots: My Life, My Song
Después de ganar la competición de Munich en 1968, la prominente soprano norteamericana Jessye Norman inició una carrera europea que la llevó a actuar en Londres, Florencia y Milán. Su imponente presencia escénica, además de su extraordinaria calidad vocal, la ha llevado a asumir en más de una ocasión los papeles operísticos de princesas. Ganadora del Grammy de Música Clásica a toda su trayectoria, entre otro múltiples galardones, Norman es una de las figuras más importantes de la escena operística actual, entre otras cosas gracias a un rango vocal imponente y amplio, que puede abarcar desde el contrato hasta los registros más agudos del soprano. En más de una ocasión se acercó al jazz, como en este espectáculo Roots: My Life, My Song, donde encarnará con su caudalosa voz obras de Ellington, Gershwin y Monk.

Plaza de la Trinidad
25 de julio
Elvis Costello y los Sugarcanes
Uno de los nombres más interesantes que ha surgido del punk y new wave británicos, Elvis Costello es un compositor y cantante que ha hecho más de un guiño al jazz, como sus colaboraciones con Bill Frisell y The Charles Mingus Orchestra. En 2007 dio un gran concierto en la Plaza de la Trinidad junto a Allen Toussaint donde convenció a los más escépticos y demostró que, además de la versatilidad de su voz, tiene un excelente dominio escénico. En los últimos tiempos, Costello ha hecho un extraordinario recorrido por diversos géneros musicales (incluyendo la ópera) y ahora, al parecer, le toca al country. Junto al legendario productor T-Bone Burnett, Costello grabó en 2009 Secret, Profane & Sugarcane con músicos que forman el núcleo de los Sugarcanes, la banda con que se presenta otra vez en la plaza de la Trinidad.

domingo, 30 de mayo de 2010

Cuando Miles Davis pintó España



Hace cincuenta años Miles Davis sacó a la luz el que quizá fuera el proyecto más ambicioso de su carrera: una reescritura para banda de jazz y orquesta del Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo. El resultado, grabado en largas, accidentadas y carísimas sesiones entre noviembre de 1959 y marzo de 1960, con más de veinte músicos, entre los que se encontraban sus conocidos colaboradores Paul Chambers en bajo y Jimmy Cobb en batería, así como Elvin Jones en percusión, se llamó Sketches of Spain. Además del adagio de la famosa obra de Rodrigo, el proyecto incluía “Will O’ The Wisp” (es decir, “Canción del fuego fatuo”, de Manuel de Falla), y dos temas compuestos por Gil Evans, el orquestador y director orquestal cuya concepción musical ha tenido tanto que ver con el inicio del cool. Tan vilipendiado como ensalzado (la revista Rolling Stone lo considera uno de los mejores 500 álbumes de la Historia; la prestigiosa Penguin Guide to Jazz lo calificó de “música de ascensor mejorada”), Sketches of Spain, sin duda el más famoso de la enorme trilogía de colaboraciones orquestales entre Davis y Evans, fue, también, el primero de toda su discografía que generaría la pregunta: “¿Esto realmente es jazz?”

Para finales de 1959 Miles Davis ya había revolucionado la historia de la música con el que, para muchos, es su mejor disco, Kind of Blue. Con el lirismo sutil y contenido de su música y su actitud aparentemente relajada pero siempre manteniendo una reserva de tensión, como una pantera agazapada, este trompetista negro se había convertido en uno de los hombres del momento, uno de los que mejor representaban el espíritu de su época. A principios de año la revista Esquire le había dedicado un extenso artículo, dándole así carné de paradigma de la sofisticación. La cadena televisiva CBS había grabado un programa de media hora llamado El sonido de Miles Davis. Los ejecutivos de la compañía discográfica montaron un extenso operativo de marketing y colocación para lanzar Kind of Blue porque, evidentemente, sabían el potencial de lo que tenían. Incluso un aberrante pero habitual caso de brutalidad policíaca que había tenido lugar cerca de esas fechas, en que Davis fue golpeado por dos agentes, lo había convertido para gran parte de la opinión pública de su país y del extranjero en una especie de héroe en la lucha contra la discriminación. Con sus treinta y tres años, podía hacer prácticamente lo que se le antojara.




Y lo que se le antojaba era una colaboración orquestal con su amigo y colaborador Gil Evans al estilo de Miles Ahead (1957) y Porgy & Bess (1958). Meses antes había escuchado, casi por casualidad, unos fragmentos del Concierto de Aranjuez. Davis ya no pudo sacárselo de la cabeza y fue ésa la propuesta que le presentó a Gil Evans. Si Miles Ahead y Porgy & Bess ponían en escena la tercera corriente, ese movimiento teorizado por Gunther Schuller que proponía aunar el jazz con la música clásica desde una perspectiva contemporánea, ambos discos lograban satisfacer a los puristas del jazz porque tenían amplias dosis de música improvisada y porque el jazz impregnaba su base compositiva. Poco o nada de eso ocurría con Sketches of Spain: su base no era el jazz, sino una pieza contemporánea de tintes flamencos; los espacios para la improvisación eran escasos y limitados a la trompeta del líder.

Además de todos esos cambios de rumbo que ponían bastantes nerviosos a los ejecutivos de la discográfica, la grabación en sí fue bastante accidentada. Para las primeras sesiones Davis estaba enfermo y en algunos casos aportaba poco más que se presencia. De hecho, gran parte de la responsabilidad del proyecto recayó sobre Teo Macero, un verdadero hombre orquesta que había producido los discos de Davis de la segunda mitad de la década anterior y que también era músico, técnico de grabación, y afín a la tercera corriente. Fue Macero quien convenció a la discográfica de invertir en Sketches. Fue él, también, quien aplicó las técnicas más avanzadas de estereofonía en la grabación. Si algunas de las críticas que recibió este disco tenían que ver con su cualidad atmosférica, con su belleza accesible, eso se debe mucho al trabajo con las texturas de la orquestación de Gil Evans; y también a la manera en que Davis, impulsado por Macero, empezaba con este disco a utilizar el estudio de grabación como un instrumento más.




La recepción de la reescritura del adagio a cargo de Gil Evans se ha modificado a lo largo del tiempo y es imposible hoy escucharla sin imponerle capas superpuestas de cultura musical. Si en su momento sonaba pretenciosa y quizás deficiente (el propio Joaquín Rodrigo manifestó su desagrado por esa versión), hoy parece haber anticipado muchos desarrollos posteriores, como la ambient music, la fusión orquestal, y hasta ese engendro llamado flamenco jazz (“El flamenco es el equivalente español del blues”, declaró Davis presentando este disco). El comienzo, con una sutil textura lograda con la percusión, sigue siendo magistral, y bien podría argumentarse que en muchos aspectos esta versión supera a la original de Rodrigo, al menos en su grado menor de fatuidad. (Es interesante, también, comparar esta versión con la grabada por Jim Hall en 1975, con arreglos de Don Sebesky.) Pero si los dieciséis minutos del adagio orquestados por Gil Evans siguen admitiendo reservas, son los dos temas compuestos por el mismo Evans los que convierten a este disco en una maravilla y en un clásico moderno. Mientras en Saeta la trompeta de Davis parece una flecha que deconstruye la tradición musical española para encontrar, en su núcleo, una purísima raíz árabe y africana, Soleá presenta un diálogo entre la trompeta y el conjunto que es, tal vez, lo mejor de este disco y probablemente uno de los puntos más elevados de todas las colaboraciones entre Davis y Evans, así como uno de los principales ejemplos del cool jazz como música orquestal.

Después de haber conocido una reedición en 1997 (con tomas alternativas del Concierto y un tema luego editado en Directions, recopilación de 1981), la nueva edición de dos CD con motivo de los cincuenta años aporta poco y nada a esta obra, ya que consta de tomas alternativas y descartadas y temas ya publicados en otros discos y nominalmente relacionados con este proyecto (Teo, dedicado a Teo Macero, y Maids of Cadiz de Miles Ahead, compuesta por Léo Delibes).

“¿Esto es jazz?”, le preguntaron a Davis cuando presentó el disco. “Es música y me gusta”, respondió.

Publicado originalmente en el suplemento ABCD del diario ABC.

JAZZ NÓRDICO - EL JAZZ QUE VINO DEL FRÍO


El adjetivo “nórdico" evoca invariablemente paisajes yermos, blancuras infinitas, noches eternas, vientos helados y austeridad calvinista. En el jazz esa imagen se corresponde con los sonidos atmosféricos de músicos como Jan Garbarek, Terje Rypdal o Bobo Stenson, entre otros representantes de un escudo báltico cuyo jazz tan característico tiene más que ver, en realidad, con un visionario alemán, Manfred Eicher, el creador del afamado sello ECM. Fundado a fines de los sesenta, Eicher introdujo en el mundo del jazz un estilo sonoro caracterizado por una música álgida, paisajística, llena de espacios vacíos y prácticamente despojada de swing, que en el imaginario de los oyentes no tardó en asimilarse al jazz europeo o jazz nórdico, aunque en un principio ECM (cuyo lema es, apropiadamente, el sonido más hermoso después del silencio) generó ese panorama sonoro con músicos norteamericanos.

Mal Waldron, Don Cherry, Bill Frisell, Pat Metheny y en especial Keith Jarrett fueron esos primeros artistas de ECM cuyo sonido parecía directamente influido por el supuesto entorno estepario donde grabaron sus discos. En la década de 1970 y paralelamente a sus proyectos más norteamericanos, Jarrett mantuvo una agrupación conocida como su “cuarteto europeo”, con el que grabó el disco My Song, cuyas melodías evocadoras, introspectivas y aparentemente relajadas marcaron la forma en que se suponía que debía sonar el jazz nórdico. Los otros miembros del cuarteto, el percusionista noruego John Christensen, el contrabajista sueco Palle Danielsson y en especial el saxofonista noruego Jan Garbarek alimentaron el temprano interés de ECM por grabar también a músicos escandinavos, que mantuvieron ese mismo sonido atmosférico, por algunos llamado neo cool. Hoy en día, cualquier aproximación superficial al jazz del norte de Europa sigue considerándolo sinónimo de ese neo cool o de ECM. Lo cierto es que sin la extraordinaria labor del alemán Eicher, quien desde entonces les ha dado máxima preeminencia en su catálogo a los mejores músicos de esa zona de Europa, el jazz del norte de Europa no sería lo mismo.

LA VIDA ANTES DE ECM. El jazz existía en esos fríos países europeos antes de la aparición providencial de Eicher, aunque sin marcas identificatorias claras, más allá de la mayor o menor capacidad técnica con que interpretaban los excitantes sonidos que llegaban de Estados Unidos. Uno de aquellos pioneros fue el saxofonista sueco Lars Gullin, con una carrera iniciada a fines de la década del cuarenta y más tarde muy influida por los sonidos cool de Gerry Mulligan y por la cerebral introspección de Lennie Tristano. Gracias en gran parte a sus colaboraciones con Stan Getz, James Moody, Clifford Brown y Lee Konitz, Gullin fue uno de los escasísimos músicos europeos que dejaron una marca en el jazz norteamericano, que celebraba tanto su impresionante rango sonoro como las influencias escandinavas que cada tanto dejaba traslucir en su música. Años antes que Gullin, el danés Svend Asmussen (conocido como “el violinista vikingo”), también obtuvo repercusión a partir de la calidad técnica con que demostraba su fuerte influencia de Stuff Smith y otros violinistas del swing.

De todas maneras, probablemente el danés más famoso dentro del jazz fue durante mucho tiempo el impresionante contrabajista Niels-Henning Ørsted Pedersen. Más conocido como NHØP, Pedersen se convirtió en el acompañante favorito de muchos músicos norteamericanos que vivían o pasaban por Dinamarca. Practicante de un jazz con un alto sentido del ritmo y fuertes raíces en el hard bop y con un sonido exento de colores locales daneses, la fase más famosa de toda su carrera es su trabajo con Oscar Peterson, quien, en especial en los últimos años de su vida, prácticamente lo consideraba su mano izquierda.

REGLA DE TRES. “Generalizando mucho”, dijo una vez el notable pianista sueco Esbjörn Svensson, “el jazz de Dinamarca es bastante tradicional, suena muy parecido al norteamericano. Noruega, en cambio, es completamente novedoso: experimentan mucho con máquinas, sonidos, colores, y crean un estilo completamente propio. En Suecia estamos algo así como en el medio”. Si el sonido escandinavo de ECM, en especial a través de los noruegos Garbarek y Rypdal, influyó el jazz norteamericano con su atmósfera gélida y austera, la posición de Dinamarca fue al revés: se convirtió en un “hogar fuera del hogar” tanto para la tradición más rancia como para los músicos mismos: Stan Getz, Oscar Pettiford, Dexter Gordon, Kenny Drew y Ben Webster, entre otros, residieron allí un tiempo y crearon, con su poderosa presencia, un jazz danés muy estadounidense. Y fue nada menos que Miles Davis quien, sin llegar a vivir allí, tuvo en su banda a dos grandes músicos daneses: la percusionista Marilyn Mazur (danesa por adopción) y el trompetista y compositor Palle Mikkelborg, responsable precisamente de la penetrante atmósfera noreuropea del disco Aura, de Davis.

La regla de tres simple de Svensson es acertada, especialmente al ubicar el jazz más avanzado en Noruega. Antes, sin embargo, del explosivo surgimiento del mismo Svensson, la tradición jazzística sueca se basaba mayormente en la legendaria historia de Gullin y en la interesante carrera de Bobo Stenson, versátil pianista con un sonido melódico y romántico que acompañó a Sonny Rollins, Charles Lloyd y Don Cherry y que generó algunos sonidos más propios en compañía de su compatriota Palle Danielsson, de los noruegos Garbarek y Arild Andersen, o de Tomasz Stańko, un trompetista polaco cuyo sonido, fuertemente influido por Miles Davis, lo ubica claramente en el jazz nórdico.

El EST trío, liderado por el pianista Esbjörn Svensson, no sólo puso a Suecia de golpe en el mapa del jazz sino que se convirtió en la banda de jazz más exitosa de Europa. Con un sonido que bebía tanto de la fase más lírica (y clásica) de Keith Jarrett y de las audacias armónicas de Thelonious Monk como del rock progresivo de los setenta y hasta de Jimi Hendrix, con una aplicación inteligente de la electrónica y una actitud juvenil que atraía a una audiencia ajena al jazz, el EST trío lanzó unos catorce títulos antes de que un absurdo accidente de submarinismo acabara en 2008 con la vida de su líder. Para algunos cultor de un jazz excesivamente simple y modernizado para consumo masivo, Esbjörn Svensson fue una maravillosa estrella fugaz que encarnó, por un breve lapso, la versión más amable y popular del jazz europeo.



EL FUTURO ES NORUEGO. A la labor pionera de Jan Garbarek, cuyos discos de los años setenta, como Dis o Dansere, ayudaron a definir tanto el sonido ECM como el jazz nórdico en general (aunque luego se inclinó peligrosamente hacia la New Age), y de Terje Rypdal, un atmosférico guitarrista capaz de evocar las heladas extensiones bálticas con Odyssey, After the rain y Waves, también de ECM, se sumó, a finales del siglo XX, el inclasificable pianista, compositor y productor Bugge Wesseltoft. Uno de los máximos representantes europeos de lo que se ha dado en llamar future jazz o nu jazz, la música de Wesseltoft vale tanto para los salones de baile como para los conciertos de jazz o para un hipotético festival de música electrónica avanzada (e, incluso, para las nauseabundas compilaciones de Café del Mar). Wesseltoft sentó las bases de un sonido basado en ritmos de la música house, improvisaciones melódicas y armónicas herederas tanto del jazz lírico de Bill Evans como de la fusión y el ambient, y una saludable falta de respeto por las divisiones entre la música popular y la culta. Si para algunos es un músico técnicamente limitado y sobrevalorado, demasiado inclinado a coquetear con sonidos comerciales y efímeros aptos para cocktail parties de atuendo elegante e informal, lo cierto es que muchos de sus discos (como Im, de 2007, la caja New Conception of Jazz de 2009, o sus dúos con la interesante cantante noruega Sidsel Endresen) ofrecen sonidos tan ricos como accesibles.



Otros de los representantes de la música más avanzada de Noruega son Christian Wallumrød, con su avanzada fusión entre la música contemporánea y el jazz (como en la reciente Fabula Suite Lugano) y el trompetista Nils Petter Molvær, tanto con su banda Masqualero como con su labor solista basada en el nu jazz, como puede escucharse en Hamada (2009).

La escena noruega de jazz es lo bastante pequeña y abierta como para alentar todo tipo de cruces estilísticos y de personal entre sus músicos, que suelen colaborar unos en los proyectos de otros. Esta actitud, transferida al jazz báltico en general, ha tenido como resultado el meteórico crecimiento de la que bien puede ser la mejor banda de jazz noreuropeo, Atomic, un quinteto formado por suecos y noruegos que fueron considerados el supergrupo del free jazz europeo. Si en los Estados Unidos esta música empieza a dar muestra de cierto anquilosamiento y en el resto de Europa aún es difícil encontrar sonidos realmente particulares, el jazz que viene del frío bien puede ser uno de los más interesantes futuros posibles.

Este artículo fue publicado originalmente, y en una versión reducida, en el suplemento cultural ABCD del diario ABC. También fue descaradamente robado por un despreciable blog llamado cúpula del trueno, que tiene la lamentable costumbre de publicar mis artículos sin citar la fuente ni solicitar autorización, armado por un personaje que se hace llamar MAN y que no permite comentarios en su blog, además de no escribir nada él mismo.

domingo, 31 de enero de 2010

JAZZ QUE DA EN LA TECLA

En el comienzo fue la voz. O los tambores, pero como los dueños de las plantaciones temían que sus esclavos usaran los tambores para aumentar la temperatura de la sangre e incitar a la revolución, los prohibieron, y entonces el comienzo fue la voz. La voz y los tambores venían, ambos, de África. De Europa venía todo lo demás y, a pesar de que en cualquier representación superficial el icono del jazz es la trompeta, o el saxo, y a pesar de que en la historia más conocida los héroes siempre son Louis Armstrong, Charlie Parker, Miles Davis o John Coltrane, lo cierto es que la aportación europea al jazz probablemente estaría mucho mejor representada por esa orquesta en miniatura que ahora conocemos como piano, pero cuyo nombre original era mucho más justo, porque era pianoforte, es decir, «suave» y «fuerte», abarcador, totalizador, capaz de cubrir un área bastante grande del espectro. Igual que la voz humana, aquella del comienzo.

Contrapunto hogareño.

El piano ha formado parte del jazz desde sus primeros momentos y proporcionaba una suerte de contrapunto hogareño al jazz de la calle, conformado por las marching bands que tocaban música fúnebre de camino al cementerio e improvisaban una música alegre y llena de ritmo a la vuelta. Detrás de las paredes, en las casas, en las iglesias, en los prostíbulos, esos mismos ritmos surgían a partir de la educación clásica de sus intérpretes y se traducían en estilos prehistóricos o contemporáneos del primer jazz como el ragtime o el blues. La historia es conocida: Nueva Orleans era una ciudad diversa y multicultural hasta que el gobierno decretó, como diría Caetano Veloso, que «los blancos son blancos, los negros son negros y los mulatos no son». Así, negros de clase alta con educación clásica unieron su música y su cultura a aquellos de las voces y los tambores.A este episodio, como a muchos otros, se le atribuye el origen del jazz. El ragtime, o «ragged time» (tiempo irregular), que algunos definen como música europea tocada con estilo africano (o viceversa), se originó a fines del siglo XIX y durante la Primera Guerra Mundial proporcionó la banda sonora a los entretenimientos de los soldados norteamericanos en los burdeles de Nueva Orleans. Desde el ragtime hasta los orígenes del free, en poco más de medio siglo, el piano había abanderado prácticamente todos los cambios formales de esta música y había generado por lo menos diez estilos distintos, que, cruzados, entrecruzados y vueltos a mezclar, siguen vigentes en esta música al día de hoy.

Alegría y elegancia.

La historia de estos estilos parece inabarcable. Sin embargo, abarcarla es la promesa, o al menos el intento, del extraordinario cofre titulado, precisamente, L´histoire du piano jazz, del sello Le Chant du Monde: 25 discos compactos, 524 grabaciones, que sumadas dan más de 32 horas de música. En el CD 1 están Scott Joplin -¡con un rollo de pianola de 1899!, además del seminal Maple Leaf Rag de 1917-, James P. Johnson, Jelly Roll Morton, Fats Waller, Fletcher Henderson, y unos cuantos desconocidos olvidados por la Historia oficial. En el 25, Bud Powell, Red Garland, Thelonious Monk, Ahmad Jamal y Bill Evans. La música se detiene aquí, obviamente por cuestiones de derechos de autor. No están Keith Jarrett, ni Brad Mehldau, ni muchos otros. Pero lo que sí está es maravilloso. Y de una calidad sonora extraordinaria, esperable en los temas de finales de la década de los cincuenta, pero sorprendente en los de la década de 1910.

Para muchos, quizás los dos primeros discos sean los más interesantes, porque todos estos intérpretes, entre los conocidos y los desconocidos (como Cow Cow Davenport, Sugar Underwood o Lemuel Fowler), van desgranando, desde la prehistoria del jazz, una búsqueda que viene desde direcciones parecidas pero distintas. La alegría contagiosa del boogie woogie domina el disco 5, y tal vez otros prefieran empezar por ahí. Poco después, claro, está el swing, y la personalidad inclasificable de Duke Ellington, o luego de Thelonious Monk. Y por ahí asoma Mary Lou Williams. Y está el bebop extremado de Bud Powell, y el lirismo cool de Bill Evans. Y la elegancia de John Lewis. Pocas lecciones de historia dan tanto placer, y contienen tanta música, como ésta.

Publicado en el suplemento cultural ABCD del 30 de enero de 2010.
NOTA: este artículo fue levantado sin citar la fuente por el blog "Cúpula del trueno", cupuladeltrueno.blogspot, en el que no se permiten dejar comentarios. Yo no soy colaborador de ese blog. No me molesta que me roben los artículos (qué le vamos a hacer) pero al menos podrían citar la fuente. En este caso, el suplemento cultural del diario ABC, que se llama ABCD. En la próxima viene la denuncia a blogger por abuso. Gracias.