martes, 17 de junio de 2008

AFÁN DOCUMENTADOR Sobre la caja Chet Baker – In Paris – The Complete 1955-1956 Barclay Sessions



Uno de los valores caros a la ética del jazz sostiene que esta música es lo más parecido que hay al tiempo y, como el tiempo, no para; dicho de otra manera, un disco no puede captar más que un pedazo arbitrario de ese continuo, y son más los momentos epifánicos que se pierden que los que se conservan. El corolario vendría a ser que en ningún otro género musical es tanta la distancia que existe entre el acto presencial de la música y su registro grabado, tan pálida la representación de la brillante realidad. Ésa es la razón por la que esta música se presta tanto a descubrimientos cuasi milagrosos de cintas ocultas, de tomas descartadas, de versiones alternativas, puesto que cada una de ellas puede albergar esa esquiva revelación tanto o más que las que fueron a parar al LP oficial.


Y seguramente Chet Baker, con su extrema desorganización a la hora de grabar, sus más que dudosos contratos discográficos, su estupefaciente necesidad de conseguir dinero rápido y sin grandes esfuerzos, es uno de los que más se presta a esa clase de hallazgos y repescas. Las sesiones que grabó en París entre 1955 y 1956 para el sello Barclay ya fueron objeto de múltiples reediciones, la más importante de ellas los 4 CD que conforman la serie Chet in Paris. Rizando el rizo, acaba de salir ahora una caja de 8 CD titulada Chet Baker – In Paris – The Complete 1955-1956 Barclay Sessions, lujosa a un grado casi ridículo. Cada uno de los 8 discos compactos representa una sesión, lo que en los hechos significa que algunos duran casi una hora y otros unos quince minutos. Están cargadísimos de tomas inconclusas y falsos comienzos, algunos de los cuales de apenas segundos de duración. El disco 7, por ejemplo, incluye ocho tomas de «Anticipated Blues», seis de «Tasty Pudding» y ocho de «Cheryl». Lo mejor, según algunos, es un fastuoso libro repleto de fotografías y postales de las ciudades que visitó Baker en su gira europea en aquellos años. Sin embargo, hay un placer extraño en escuchar esta música, en ser un testigo un poco voyeur de los tropiezos y las patinadas previas a la forma definitiva de cada uno de los temas.


De todas maneras, este afán documentador del jazz o bien la percepción, evidentemente acertada, de las compañías de que todo puede plasmarse en CD y venderse una y otra vez, alcanza, en esta caja, un nivel casi enfermizo que en cierta forma se parece a aquel mapa borgiano que medía lo mismo que el territorio representado. Un mapa, y una representación sonora, de lo imposible; en definitiva, una puesta en escena de la frustración del coleccionista, que clama por tenerlo todo, registrarlo todo, escucharlo todo.


Artículo publicado originalmente en la sección música del suplemento cultural ABCD.

martes, 4 de marzo de 2008

SACRED CONCERT de DUKE ELLINGTON


“Hay personas que hablan un idioma y hay personas que hablan varios idiomas. Cada uno ora en su propio idioma, y no hay idioma que Dios no entienda”, escribió Duke Ellington en las notas del programa de la primera ejecución de su Sacred Concert, que tuvo lugar en la Grace Cathedral de San Francisco el 16 de septiembre de 1965. Capaz de inventar bellísimas melodías a partir de imágenes cotidianas, de convertir las fugaces impresiones de sus viajes en magníficos paisajes sonoros (como The Far East Suite o la Latin American Suite) o de descubrir las armonías ocultas en el caos de un cruce urbano de tráfico (como en "The biggest and busiest intersection", del segundo Sacred Concert), Ellington leía el mundo como si fuera música; su idioma para comunicarse con él y el marco de su búsqueda espiritual era, como no podía ser de otro modo, el jazz.

Aunque es posible que en un primer momento no estuviera tan seguro de la pertinencia de ese lenguaje. Cuando, en octubre de 1962, el reverendo John S. Yaryan le propuso que compusiera un concierto de música sacra para la inauguración de la catedral, Ellington quedó profundamente desconcertado y tardó dos años en responder. La noticia de su aceptación generó tanto demanda de entradas para el concierto como reacciones críticas, y en todos los comunicados de prensa se evitó escrupulosamente la palabra “jazz”. Este primer Sacred Concert se presentó como “música sacra contemporánea” y consistía en un mosaico de piezas anteriores con composiciones nuevas, interpretadas por la banda de Ellington con el añadido de vocalistas y un coro. En lugar de una obra mística en la que el compositor se dirige a Dios, Ellington se dirigía a la gente, llevándola a la iglesia con una obra entretenida y espectacular diseñada para llenar grandes catedrales.

El éxito de esa primera empresa hizo que Ellington, un hombre de profundas convicciones religiosas, se viera a sí mismo como “el recadero de Dios” y generara versiones más o menos alteradas de su música sacra. En 1968 Ellington estrenó, en la catedral de St. John de Nueva York, el Second Sacred Concert, una de las obras más ambiciosas de toda su carrera y un testimonio mucho más aventurado e innovador que el primero o el tercero. “Este concierto –dijo— es lo más importante que he hecho”. La revista Down Beat le otorgó a la grabación del Second Sacred Concert “todas las estrellas en el cielo de Dios”. El compositor dedicó 1973, el último año de su vida, a componer el Third Sacred Concert, que se estrenó en octubre de ese año en la abadía de Westminster, Londres.

Entre 1966 y 1974 Ellington y su banda recorrieron los Estados Unidos y Europa con los tres Sacred Concerts, tocando las piezas sin orden fijo y mezclando temas de los diferentes conciertos. Al parecer, Ellington decidía el contenido de cada concierto inmediatamente antes de cada actuación, lo que tal vez explique por qué no existen partituras completas de estos conciertos. Más adelante, los directores de bandas y coros tuvieron que hacer sus propios arreglos. Una de las versiones más famosas, utilizada para este concierto, es la de John Høybye y Peder Pedersen, más dos temas arreglados por William Russo. Basada mayormente en temas del Second Sacred Concert, esta versión está a cargo del saxofonista valenciano Perico Sambeat, uno de las figuras más importantes del jazz español, al frente de una big band y de más de doscientos vocalistas provenientes de distintos coros de Girona.

El jazz y la música clásica, y, por extensión, la música religiosa de raíz europea, tienen diferencias que podrían parecer irreconciliables. Sin embargo, la espiritualidad del jazz emana de sus mismos orígenes en los negro spirituals, pasando por los mensajes a Dios de músicos profundamente místicos como John Coltrane, entre tantos otros. A partir del encargo casi casual del reverendo Yaryan, Duke Ellington encontró que su arte podía ser una forma de, según sus propias palabras, expresar “fuerte y abiertamente” lo que venía haciendo en privado y de rodillas. Más que una obra sobre Dios, los Sacred Concerts de Ellington pueden leerse como una exploración sobre el poder de la música para expresar, como un lenguaje universal, el universo interior de su autor, así como su asombro, admiración y alegría por la belleza del mundo.


Texto del programa de mano de la presentación del Sacred Concert de Duke Ellington en L'Auditori de Girona. Junio 2007.

EL TENOR ENOJADO


John Coltrane, Interplay – 2007 – Concord Music Group – 5 CD
John Coltrane, The Impulse! Albums Volume One – 2007- Verve Music Group – 5 CD


Al saxofonista John Coltrane se lo ha definido como el músico más influyente en la historia del jazz. Si eso es cierto, no lo es tanto en el sentido de que su manera de tocar o componer creara escuela, sino porque a través de su recorrido Coltrane redefinió el alcance de conceptos como «aceptable», probó hasta dónde llegaba la elasticidad armónica (una de las grandes aportaciones del jazz) e, incluso, puso en cuestión los significados de la belleza y la fealdad en la música. Lo asombroso es que todo esto tuvo lugar en el transcurso de una carrera musical relativamente breve, desde que en 1955, a los 29 años, empezara a ser reconocido como un notable acompañante en grupos de hard bop, hasta 1965, dos años antes de su muerte, cuando grabó Ascension, una suite magna y unitaria donde parecía caber todo en una explosión de ideas simultáneas y hasta contrapuestas.

A pesar de una carrera tan prolífica, a Coltrane se lo reconoce por tres hitos fundamentales: su paso por el quinteto de Miles Davis, con el que grabó A Kind of Blue y muchos otros discos esenciales del jazz; el tema «Giant Steps» del disco homónimo, al día de hoy un desafío armónico al que deben enfrentarse los estudiantes de saxo en cualquier momento de su vida; A Love Supreme, una catedral sonora dedicada a su Dios personal y al mismo tiempo el mejor y más fiel retrato musical de una búsqueda tan dolorosa como gozosa y, quizá, Ascension, cuya escucha misma puede incitar tanto ese dolor como ese goce. Sin embargo, Coltrane grabó tanto y tuvo tantas facetas que quizá la mejor manera de definirlo sea apelar a dos críticas que suscitó su aparición con la banda de Miles Davis en el festival de Newport en 1958. Mientras la revista Down Beat lo llamó un «tenor enojado» que estropeaba la comunicación del resto del grupo, poco más tarde otro crítico acuñó la frase «sábanas [o láminas] de sonido», refiriéndose a la multiplicidad casi simultánea de notas en sus solos, esa especie de búsqueda en mil direcciones distintas.

Dos extraordinarias y flamantes cajas documentan los comienzos de Coltrane. La primera, Interplay, en una lujosa presentación con 5 CD y un libro exhaustivo, incluye todas las presentaciones en las que Coltrane participó como acompañante o colíder entre 1956 y 1958. Junto a figuras esenciales de la década como Mal Waldron, Red Garland, Tommy Flanagan, Hank Mobley, Al Cohn y muchos más, esta caja incluye completos los discos originales Tenor Conclave, Interplay for 2 Trumpets and 2 tenors, Wheelin’ and Dealin’, Dakar, Kenny Burrell and John Coltrane, así como temas de discos de otros líderes. Como otras grabaciones de este período, estas muestran tanto su capacidad para usar el idioma del hard-bop como su interés en dejarlo atrás.

Por otra parte, The Impulse! Albums Vol 1 incluye los discos Africa Brass, Live at the Village Vanguard, Coltrane, Duke Ellington & John Coltrane y Ballads tal y como salieron en su momento, es decir, sin extras, ni nada de lo que aparece en las infinitas reediciones conocidas pero con una calidad de sonido realmente superior que podría justificar su compra. Grabados en un período de poco más de un año, estos discos sorprenden tanto por sus insinuaciones de audacia (con solos agresivos, con temas de 14 ó 16 minutos) como por sus insinuaciones de delicadeza (en Ballads, por ejemplo). En su calidad y en su oportunidad, ambas cajas funcionan como tajadas de una obra que, cada vez más, se antoja inconmensurable.

Publicado en ABCD en febrero de 2008.

miércoles, 2 de enero de 2008

LO MEJOR DEL 2007

Hace veinticinco años Miles Davis grabó On The Corner, uno de sus discos más vanguardistas e incomprendidos, en el que lograba superponer la proverbial rabia rítmica de la negritud más funky a un concepto de improvisación que nada tenía que envidiarle al free. The Complete On The Corner Sessions sería, sin lugar a dudas, el disco más importante del 2007 para cualquiera interesado en el jazz y en sus derivados, si no fuera por la total falta de interés de la filial española de la discográfica por distribuirlo y difundirlo en este país. Una verdadera lástima. Por suerte otra compañía sí distribuyó el bellísimo –en todos los sentidos— cofre The Legendary Prestige Quintet Sessions del Miles Davis Quintet, que incluye los cuatro discos grabados por Davis, Coltrane y otros grandes del jazz en apenas dos sesiones. Hay, también, material inédito, pero lo más impresionante es esa destilación máxima de la belleza, esa abundancia de ideas y melodías disfrazadas de austeridad sonora que se encuentran en estos discos. Si hubiese que elegir un lanzamiento jazzístico del 2007, sería éste.

Los desvaríos discográficos hicieron, también, que uno de los discos más importantes del 2006 apareciera en España en el 2007. Se trata de Sound Grammar de Ornette Coleman, un directo en el que el máximo representante del free demuestra, con aplomo y maestría, que su nombre es sinónimo de vanguardia. Y el multiinstrumentista David Torn trae otra cara de la vanguardia –llena de guiños posmodernos, abierta a todas las influencias, jugando con el rock, el pop y la poesía recitada para generar una música sin centro fijo, sino cargada de puntos equidistantes de interés— en el formidable disco Presenz (ECM). A no perderse el concierto homónimo el 9 de enero en el Mercat de les Flors de Barcelona.

Y, por todo y a pesar de todo, el 2007 trajo muchos discos interesantes que parecen aludir, con sus propuestas y sus cruces, a un esfuerzo explícito por mantener viva la llama del jazz. El trío Medeski, Martin & Wood reclutó al heroico guitarrista James Scofield para Out Louder, una fiesta del exceso rítmico y la alegría descontrolada; Pat Metheny y Brad Mehldau se unieron para hacer uno de los mejores discos del año (Metheny Mehldau) y un segundo no tan bueno (Metheny Mehldau Quartet). Y la Vienna Art Orchestra festejó sus tres décadas de vida con 3, un fascinante CD triple en el que emparejan musicalmente a divas del cine norteamericano con divos del pensamiento europeo. El mensaje parece ser que en este siglo XXI el jazz será cruce, mezcla, híbrido y encrucijada o no será.

Publicado en el ABCD.